lunes, 6 de febrero de 2012

Inspectores con flores, detectives azules

Entro en un jardín rebosante de Flores azules. La vegetación forma un perfecto circulo, excepto por dos aberturas de poco más de un par de metros, situada una al norte y otra al sur, que permiten atravesar, casi recto, este fortín natural de pétalos del color del cielo. En el centro, sobre una base de delgada piedra -también circular-, veo una mesa de estructura metálica . En lo más alto, un fino cristal. Y encima, a modo de curiosa maceta, un boll redondo y enorme de palomitas -de los que dan en los cines- que sirve de curioso e inestable hogar a otra de estas plantas que iluminan de azul el lugar en el que estoy. A la mesa le rodean varias sillas, también de mimbre metálico, con unos cojines naranjas y luminosos que llaman no solo mi atención sino también a mis ganas de sentarme. Tras hacerlo y tomar un poco del té que llevo en mi cantimplora, comienzo a escuchar unas voces que se acercan por la abertura contraria a la que yo entré. Intento identificar las voces y descubro que son dos, una de hombre y otra de mujer. La del hombre me es completamente conocida, aunque no puedo identificar a quién pertenece, y la de la mujer, que sé que también conozco, tampoco me da ninguna pista de a quien voy a recibir.

- ¡Constantino! – grito - ¿No eres tu, no?
Soy consciente de que, en principio, la pregunta suena absurda. Me río internamente conmigo mismo.
- ¡Si!¡No! –me responde la voz de Constantino, yo aún sin verle-. Vengo vestido de Clint.
- Ok –respondo-. Pero aún así… ¿quien eres?.
- No me extraña que no lo sepas –dice la voz de la mujer-. Ni siquiera me mencionaste en tu último escrito, y eso que a mi compi le dedicaste un monográfico completo.
- Si es monográfico sobre alguien –digo- se supone que es completo.
- Pues venga –dice de nuevo Clint/Constantino Romero-. Alégrame el día.
Entran en el jardín Harry Callahan y su compañera de la tercera parte de sus aventuras, titulada originalmente The Enforcer.
- ¿Cómo? –exclama la mujer, visiblemente ofendida -¿Soy “la compañera de Harry El Ejecutor”? … ¿Es que no recuerdas mi nombre o qué?
- No –confieso falsamente avergonzado -, pero dadme un instante que lo miro en el Google.

- Encantado de conocer su nombre, inspectora Kate Moore –digo tras unos momentos-. ¿O debería decir Tine Daly?
- Diga lo que quiera –contesta-, pero no me dé la brasa.
Les miro un momento, preguntándome si se sentirán incómodos por mi presencia en ese lugar. Tras unos segundos de silencio, me decido a preguntar:
- ¿Y qué hacéis por aquí?.
- Hemos quedado con unos amigos –responde Harry-. Si no tienes nada que hacer, puedes quedarte.
Analizo mentalmente mi agenda por unos segundos, y tras mover un par de citas, accedo a pasar con ellos el tiempo que permanezca en ese jardín.
- Quizá luego nos movamos todos al bar –añade Callahan, poniéndose sus gafas de sol-. Yo, por ahora, os espero allí.
- ¿Te vas? –pregunta Daly a su compañero.
- No. Solo voy a beber algo hasta que lleguen los demás.
- No sabía que había bar –se me ocurre comentar.
Harry me mira con ojos amenazantes, o al menos así los imagino bajo los cristales oscuros. Empiezo a temblar ante la posibilidad de que vaya a soltarme alguna de sus frases/preguntas con trampa y que, utilizando cualquier excusa, decida sacar su revólver a pasear.
- La verdad –comienza a decir, lentamente- es que voy a visitar los aseos de la instalación. Estoy mayor para motes y no quería daros ninguna otra excusa para seguir llamándome Harry El Sucio.
- Mientras que después te laves las manos no lo haremos.
- Luego os veo –dice Harry-. Llamadme en cuanto lleguen las chicas, o si llama Michael. Le dejé un mensaje a Kitt diciendole donde estariamos.
Callahan sale del jardín por el lugar por el que yo entré, y Daly y yo nos miramos.
- Yo tampoco sabía que había aseos -dice.

En ese momento suena un móvil. Como sé que yo no llevo, miro a la inspectora Moore, que comienza a revolver en su bolso de cuero negro. Extrañado de verla con sus ropas de los años 70/80 y su teléfono móvil ultimo modelo año 2008, me llama la atención que la música que tiene seleccionada sea la de la serie “Los ángeles de Charley”.
- Dime. –dice Daly-. ¿Que pasa?
Se producen unos segundos de silencio, en los que los ojos de la actriz miran hacia arriba mientras escucha, indicando con sus gestos que la conversación, más que cansarla, la exaspera. Vuelve a hablar:
- Tranquila Farrah. Harry dice que hay bar –sigue mirando al cielo... cierra los ojos... noto que se agota su paciencia-. No, aún no ha llegado nadie.
En ese instante entra, por el mismo lugar que llegaron Clint y su pareja, una mujer rubia, pelo a tazón extraño y pintas setenteras/ochenteras hasta la medula. Enorme cuello semipicudo de chaqueta. Sobre él reconozco su rostro, aunque ignoro su nombre por completo. Al verla, la inspectora pone rápidamente fin a la conversación telefónica.
- Luego nos vemos Farrah. Acaba de llegar Sharon –Me mira unos instantes y, señalándome con los ojos a la recién llegada, me dice-. Es mi otra compañera.
Cuando se acercan para besarse y saludarse, ahí, viéndolas juntas, caigo en la cuenta de quien es esa mujer que ha llegado.
- ¡Sois Cagney y Lacey!
- Si. Pero... ¿quién es quién?

De nuevo simulando un rubor inexistente, agacho la cabeza y me doy unos instantes para averiguarlo. Tras navegar por la red, vuelvo a mirarlas.
- Encantado de conocerla, Cagney/Sharon Gless –digo a la recién llegada- Descubro en el imdb, muy sorprendido, que la primera Cagney no fue usted, sino Loretta Swit, la aztriz que interpretaba a la Mayor Margaret Houlligan, alias “Morritos Calientes”, en la deliciosamente irónica M:A:S:H:
- Eso sólo fue en el episodio piloto –me dice, bastante seria-. Lo único que quedó de ella en el personaje fue el color de pelo.
Lentamente deja de mirarme y le pregunta a su compañera:
- ¿Y este quién es?
Lacey me presenta como lo que soy. Después, tras saludarnos amigablemente y darnos un par de besos, decido confesarlas sin tapujos lo que realmente opinaba de su serie.
- Nunca me entusiasmo –digo-, y aunque comprendo que molara el hecho de que una madre de familia con un marido semivago fuese además –o sobretodo- una de las más eficientes inspectoras de la policía de Nueva York, a mí, la verdad, no me llegó nunca.
- Era otro punto de vista –dicen ellas.
- Es Starsky y Hutch en femenino –digo yo.
- Hablando del rey de Roma... –vuelven a decir ellas-... aquí llegan los príncipes.
Me giro y veo entrar, por la misma abertura sur por la que llegué yo, la inconfundible estampa de la pareja de policías más clásica de mi infancia. Al verles andando hacia donde yo estoy, no puedo evitar hacerles la pregunta que me ronda por la cabeza desde que les he reconocido:
- ¿Donde habéis dejado el Torino rojo de inconfundible raya blanca?